Desde la economía feminista se apuesta por otra forma de analizar, pensar, construir y articular una nueva economía. Dado que la economía que rige el actual sistema capitalista se encuentra bajo una clara influencia neoclásica, es imposible obviar el estereotipo de la naturaleza limitadora de las mujeres en contraposición del hombre proveedor. Es por ello por lo que la economía feminista no se limita a añadir la variable género al actual sistema económico capitalista, sino que propone una deconstrucción del sistema para construirlo de una forma más justa, solidaria y equitativa para toda la sociedad.
¿Cuáles son las principales críticas y reflexiones feministas al pensamiento económico tradicional androcéntrico?
Una de las principales críticas que nos plantea la economía feminista al pensamiento económico tradicional androcéntrico, es que el trabajo doméstico que se realiza en el seno de los hogares, nunca es considerado una categoría de la economía. La economía tradicional realiza el análisis de la producción capitalista partiendo que el trabajo mercantil es el que se considera y debe considerarse empleo.
La constante conceptualización de trabajo con empleo, y, por lo tanto, exclusión de los trabajos domésticos, reproductivos y emocionales crea una brecha clara y divisoria entre el ámbito público y el ámbito privado. Entendiendo como público, los trabajos visibilizados al existir una relación de carácter mercantil y como privado el trabajo invisibilizado del hogar.
Esta conceptualización de lo público como empleo realizado por el varón proveedor y lo privado como mujer procreadora y cuidadora del hogar y sus integrantes, perpetúa la división sexual del trabajo. Una división sexual del trabajo que como apunta Silvia Federici (2018) formó parte de un
nuevo contrato social, mediante el cual, la mayor reproducción de la mano de obra que proporciona la clase obrera hará incrementar la producción en los trabajos mercantilizados.
Una forma de organizar la sociedad promovida por gobiernos, patrones y los hombres proletarios. Un nuevo contrato sexual que se encarga de crear una división sexual de la sociedad y del trabajo que hace que las mujeres se encuentren concentradas en el extremo inferior de la jerarquía laboral. (Carole Pateman 1995).
La economía feminista nos muestra que la economía tradicional, que goza de un amplio prestigio social, no es ciega al género ya que los mercados reproducen, perpetúan y avalan las diferencias de género. Las consecuencias para la vida de las mujeres son demoledoras, en el ámbito laboral están expuestas mayor precariedad con salarios más bajos, menos estabilidad y contratos precarios. Interesante el análisis de los contratos a jornada parcial de los últimos diez años desglosados por sexo que nos presenta el I.N.E , son las mujeres las que acceden a trabajos de menos horas y por lo tanto, menor salario, menor cotización y menor pensión.
Todo ello deriva en una clara feminización de la pobreza, concepto acuñado en los años 70 en Estados Unidos.
El matrimonio, el embarazo y la maternidad ejercen como estigma para muchas mujeres en el mundo, llevándolas a ser más vulnerables a sufrir exclusión social y pobreza extrema. En el caso de los jóvenes, las personas inmigrantes, las minorías étnicas, las personas mayores de 45 años o las personas con minusvalía, son especialmente sensibles y vulnerables a procesos de exclusión social y todas estas categorías ven la desigualdad agravada cuando el sujeto es una mujer.
¿Tienen las crisis los mismos efectos para mujeres y hombres?
La economía feminista también se ha encargado de señalar que las crisis financieras, económicas y sociales, tienen efectos desiguales en los géneros, y son las mujeres las que sufren la mayor presión y carga desproporcionada. Un ejemplo de ello son las consecuencias que ha tenido la crisis del Covid-19 en la vida cotidiana de las mujeres, siendo ellas las que han soportado la carga de los cuidados en casa y en muchos casos, las que han decidido dejar su empleo para poder cuidar a la familia.
El modelo actual económico tradicional, al responsabilizar a las mujeres de los cuidados, las condena a tener mayores riesgos psicosociales derivados de una gestión del tiempo desigual.
Según datos consultados en el I.N.E en el año 2015, semanalmente, las mujeres dedicaron un 65% del total del tiempo dedicado en el hogar a tareas no remuneradas. Estos datos, nos permiten aproximarnos a la precariedad laboral y la doble carga de tareas que han de soportar las mujeres, concepto acuñado como doble jornada.
La invisibilidad de los cuidados y responsabilizar a la población femenina de ellos, obvia que la reproducción capitalista se apoya en economías ocultas y fomenta no únicamente una división sexual del trabajo, sino también construye una fuerte jerarquía de clases sociales, raza y sexo.
Esta jerarquización de la sociedad fomenta las desigualdades, perpetúa estereotipos y se aleja de una sociedad más justa en la que se ponga en valor la vida, los cuidados y todos los trabajos afectivos que permiten que el engranaje social siga funcionando.
La economía feminista no nos plantea una tarea fácil, cambiar el sistema, poner en el centro la vida, los cuidados y las personas, hace que élites del actual sistema económico androcéntrico vean amenazada su acumulación de capital y a su vez, parte de los varones vean amenazados sus privilegios. Este miedo a la pérdida de privilegios y del status quo por parte de los varones y élites económicas tradicionales, tiene como consecuencia, el actual contexto de regresión de los derechos de las mujeres y aumento de actitudes machistas y misóginas que han florecido en el panorama político.
DECONSTRUIR para CONSTRUIR un sistema más justo.
Bibliografía citada:
Federici, Silvia (2018). La construcción del ama de casa a tiempo completo y del trabajo
doméstico. El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo (pp. 69-80). Madrid:
Traficantes de Sueños
Pateman Carole (1995) El contrato sexual. México D.F. Editorial Anthropos.