La economía feminista es una corriente de pensamiento y análisis económico que cuestiona las bases tradicionales de la economía al introducir la perspectiva de género. Busca visibilizar el trabajo no remunerado, replantear las relaciones de poder en los hogares y el mercado, y promover modelos que reflejen una redistribución equitativa de los recursos y oportunidades entre hombres y mujeres.
Orígenes y objetivos principales
Esta perspectiva nace de la crítica hacia el androcentrismo en la economía, que ha dejado fuera del análisis económico todo aquello que no está relacionado con el mercado. Las teorías clásicas y neoclásicas han considerado al hombre como el único agente económico, relegando a las mujeres y al trabajo reproductivo a la invisibilidad.
La economía feminista no se limita a añadir a las mujeres como una variable más en los análisis, sino que enriquece y amplía los marcos teóricos, incluyendo el sistema de relaciones de género como una parte sustancial del análisis. Lourdes Benería explica que esta transformación es compleja porque desafía formas arraigadas de generar conocimiento y hacer ciencia.
Trabajo no remunerado y división sexual del trabajo
Una de las principales contribuciones de la economía feminista ha sido destacar la importancia del trabajo no remunerado, entendido como todas las tareas domésticas y de cuidado que se realizan dentro de los hogares, mayoritariamente a cargo de mujeres. Este trabajo es crucial para la reproducción de la fuerza laboral, pero sigue siendo ignorado en las estadísticas económicas y políticas públicas.
La división sexual del trabajo refuerza la idea de que las mujeres pertenecen al ámbito privado, mientras que los hombres dominan el público. Sin embargo, la economía feminista sostiene que el trabajo de cuidados no debe considerarse exclusivo de las mujeres. Por el contrario, debe ser redistribuido tanto en el ámbito doméstico como en el público para avanzar hacia una sociedad más igualitaria.
Perspectiva de género en presupuestos y políticas públicas
La formación de género es clave para aplicar la perspectiva feminista en la economía, especialmente al analizar presupuestos y políticas públicas. La asignación de recursos debe evaluarse desde una perspectiva de género para identificar desigualdades y desarrollar estrategias que no perpetúen roles patriarcales.
Un ejemplo recurrente es el impacto diferenciado de políticas económicas que, al no incorporar esta visión, perpetúan la subordinación de las mujeres. En lugar de diseñar medidas neutrales, es imprescindible que las políticas redistributivas consideren las diferentes necesidades de hombres y mujeres para fomentar la igualdad.
Hacia una economía más inclusiva
La economía feminista nos invita a repensar cómo entendemos el trabajo, el valor económico y las relaciones de género en el mercado y los hogares. Su objetivo final no es solo visibilizar las desigualdades, sino también transformar las estructuras económicas para lograr una sociedad más justa y equitativa.
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